En el inconsciente colectivo está grabado el amor por Dios, por lo tanto cada uno de los seres humanos tiene un sentimiento particular por él… puede que sea aversión o amor. Lo que sí es muy cierto, es que a pocos les produce indiferencia, recibir de Dios sin protestar todo los que regale es un acto de profundo amor y respeto.
En uno de los trabajos de formación terapéutica, que realice en una oportunidad fui consciente que me costaba mucho aceptar a un Dios en femenino, estaba de acuerdo que existiera un Dios masculino al que yo adoraba, pero me resistía a pensar en su contraparte femenina. Recuerdo que fue un trabajo muy duro e intenso el aprender a dar lugar dentro de mí a una deidad de mí mismo género. En ese entonces comprendí que se proyectan las aversiones o simpatías por nuestros padres a Dios o vírgenes y santos, y al estar tan grabada en el inconsciente universal , a niveles profundo de consciencia esta creencia en consecuencia, el desequilibrio en la imagen interna que se tome, es una de las que más causa sufrimiento a las personas.
Al estar tan difundida la idea de Dios, es importante aprender a interiorizarla y darle un orden dentro de nuestra psiquis… tanto a la deidad masculina como a la femenina, siendo esta última una de las más difíciles digerir en la sociedad actual. La relación con los padres divinos de la humanidad, nos refleja cómo están las relaciones con los padres terrenales, por ejemplo si se siente la necesidad de “servir a Dios” “de casarte con él”, donde sus intereses están por encima de los personales, inclusive de mi familia… entonces cabe preguntarse ¿qué deuda tengo con Dios? ¿Qué quiero pagar? ¿Acaso no es Dios el grande y yo la pequeña?
Con lo expuesto anteriormente quiero dar a entender que si bien es cierto Dios ocupa un lugar muy importante en nuestra vida, también es cierto que nuestra relación con él, es un claro indicador de la vinculación con el entorno más cercano, nuestra familia terrenal. Aprender a recibir de la divinidad sin sentirse culpable es una tarea que puede durar toda la vida y es probable que cuando se aprenda a darle un lugar en los “órdenes del amor” de nuestro corazón, la vida fluya hacia adelante, sin frenos, sin resistencias… puede que la lucha cese y comience el disfrute.
El establecer un equilibrio entre el Dios Padre y la Diosa Madre, recibiendo con amor cada una de las situaciones, experiencias y momentos que nos regalan… sin hacer juicio de nada y sin expectativas, pueden hacer que nuestro sistema familiar se mueva en función de un equilibrio mayor, introyectando el placer de dar y recibir con la consciencia de integrar a los dioses padres madre en el centro de nuestro ser.
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